jueves, 21 de febrero de 2008

Mutilado en primaria


Esta historia se remonta a bastantes años antes que la anterior, puesto que aquí estaba en primero o segundo de EGB, así que tendría unos 6 años.

Un día, no recuerdo para qué, nos sacaron del cole para irnos de excursión cerca del mismo cole. Por alguna razón, sali con tijeras en mano, supongo que a recortar algo que me mandaron o, sino, porque ya desde bien pequeña me gustaba ir armada... la verdad, es que ya no recuerdo los detalles, pero el caso es que las llevaba.

Había un chico en mi clase, Raúl se llamaba, que tenía el pelo más rubio que había visto en mi vida, lo que me hacía flipar una barbaridad porque como os digo, era la primera vez que veía eso. Así que me dejó tan asombrada que, cómo no, me dio por pensar (mal asunto) en cómo hacerme con un mechón del pobre chico.

Así que, según ibamos caminando regreso al cole, me coloqué estratégicamente detrás de Raúl, alargué mi brazo y me dispuse a cortarle un mechoncito... con tal mala suerte, para no variar, que en vez de el pelo le corté el lóbulo de la oreja...

Aquello empezaba a sangrar... las gotitas marcaban el camino que habíamos recorrido... pero Raúl no se inmutó y seguía caminando como si nada.

Vanessa, mi mejor amiga del cole, vio el percal y avisó a Raúl de que... bueno... pues se estaba desangrando un poquito... así que éste avisó a la profesora, me retracté o me retractaron y me castigaron.

Ese día, nunca lo olvidaré, en el colegio de El Puig (Valencia) Padre Jofré, teníamos para comer sopa de lluvia y caballa... Pues ese día me quedé sin comer... y el pobre Raúl, sin su lóbulo.

Cosas de críos... pero ya me vale...

EL HUEVO QUE QUERÍA VOLAR... Y VOLÓ


Corrían los años 90 y nuestra cuadrilla, en pleno punto de ebullición adolescente, aprovechaba los últimos días antes de despedirse del verano y de regresar cada uno a sus domicilios habituales, dejando el pueblo, como venía siendo habitual, desolado en el invierno.

Como siempre, la cuadrilla ideaba ocurrentes quehaceres para despedir por todo lo alto el verano, quehaceres interesantes y espontáneos.

Aquel día algunas estábamos en casa de Eva. Ella misma, Lara, Alba y yo, creo recordar.

El dilema vino cuando abrimos la nevera para ver si quedaba algo por recoger o tirar a la basura y, ahí, tan solito, lo vimos.

El huevo más triste y solo del mundo. Y nos pedía a gritos un poco de acción. Así que le dimos al huevo lo que pedía. Ya que le quedaban horas de vida, por lo menos que muriera feliz.

Así que nos asomamos por la ventana de la parte de atrás y allí vimos a Javi, un chaval de la urbanización que nos ponía negras, aún no entiendo por qué, ya que su mayor delito fue dar de comer a un gato que nos habíamos agenciado nosotras como si fuera nuestro. El caso es que le teníamos cierta tirria al pobre chico este.

Sus dimensiones craneales eran evidentes, así que qué mejor objetivo que él para hacer bailar a nuestro huevo.

Yo, Zaioa, la narradora y culpable, cogí el huevo suavemente con dos dedos y apunté pacientemente esperando que mi objetivo alcanzara el punto de mira. Lara, sin embargo, desconfiando de mi capacidad como tiradora, me presionaba para lanzar a nuestro amigo un postre que, como poco, le haría algo de daño, puesto que desde un sexto piso, hasta un hueso de aceituna puede llegar a doler.

Así que, una vez bien enfocado y muy segura de mi misma, lo dejé caer con suavidad, como si nada… hasta que… ¡plof! El huevo colisionó con algo, y ese algo era la cabeza de nuestra víctima…
Nos metimos rápidamente dentro de casa, sin poder aguantar las carcajadas, nos moríamos de la risa. Normalmente no tengo puntería, pero, cuando no le quiero dar a nada, siempre doy a algo, y a algo indebido como un enorme cabezón…

Pero (siempre hay un pero), al poco tiempo sonó el timbre de la puerta. Imaginad nuestra reacción cuando abrimos y vimos al chavalote, pringado entero de huevo, goteando clara y yema, pedirnos explicaciones, y acusándonos de haber sido nosotras. ¿Nosotras? ¡Con lo buenas que éramos!

Mis buenísimas amigas, en respuesta a su pregunta ‘¿Quién ha sido?’, en vez de cerrar su bocaza, como hice yo para no inculparlas (aunque sólo fueran cómplices), me señalaron con el dedo diciéndole que la acertada tiradora había sido yo. Y claro, el remazo en toda la cara se lo llevó una servidora. Lástima que, a pesar de darme un tortazo bien dado, fue tan cómico el momento que tuve que ir corriendo al baño para no mearme de risa de verle el huevo caer, y, camino del baño, oí la típica amenaza que por aquel entonces me lanzaban los más mayores: ‘Se lo voy a decir a tus padres’... Buuuuu... A los 13 o 14 años esas cosas te la sudan bastante. Y a mi edad actual, más aún, claro.

Mis padres, ya curados de espantos, no sé si llegaron a enterarse por él, o por las manchas en el suelo a lo largo de toda la urbanización, pero hoy en día esta anécdota nos sirve a todos para echarnos unas risas, sobretodo a las que estábamos allí en ese momento, y aunque no suena igual sin las onomatopeyas de Lara, una buenísima intérprete de esta historia, os la dejo plasmada aquí y os advierto… tened cuidado… la sombra del huevo paracaidista pulula por el más acá…